jueves, agosto 18, 2005

Una de perros

Mi panicodio hacia los perros comenzó el día de mi Primera Comunión. Repeinadito y todo guapetón con mi pantalón corto y mi chaqueta azul bajé corriendo emocionado las escaleras de mi casa. En el rellano del primero me encontré con un perro lobo blanco, más grande que yo. Me di un susto de cojones y me di la vuelta y subí como alma que lleva el diablo a refugiarme con mis papis... Luego dijeron que el perro me siguió porque quería jugar conmigo, "es como un niño, solo tiene unos pocos meses"... ¡y un huevo! me quería comer, lo juro. El hecho es que el maldito chucho me dio con el hocico y me rozó con un diente... una moradura y un rasguño y poco más. Pero claro, el susto fue de órdago.

En otra ocasión, en la finca de un tío de un primo, el perro guardián me persiguió el muy cabrón ladrando como un poseso y tuve que tirarme a la piscina vestido para salvar la vida por segunda vez ante los jodidos perros. Y eso que no podía mojarme porque tenía un derrame en un ojo, pero en esos momentos preferí quedarme ciego a ser devorado.

Ante estos episodios de la infancia, siempre he desconfiado de los perros. Me asusto cuando ladran, no me mola que vengan con sus bocas abiertas enseñando sus dientes amenazadores... paso con recelo al lado suyo... Conforme he ido creciendo, he ido superando este miedo. Aunque más que superándolo lo he ido transformándolo hacia el asco. Me repugna que me olisqueen, que me laman, que me apoyen las patas, el olor que dejan en los coches... Por no hablar de las meadas que te encuentras en todas las esquinas y las cagadas en los parques y en la calle.

Pero hubo un perro que se ganó un huequito en mi corazoncillo, que también lo tengo. Rey. Grande, de movimientos lentos, de mirada sincera. Rey vive en Arizona, en casa de la tía de Raquel, donde tuve la suerte de pasar tres semanas inolvidables de viaje de novios. Además de Rey, allí vive Strider, un perro de esos con cara de loco criminal, con los cuartos traseros musculosos, que podrían arrancarte un brazo de un solo mordisco. A mi me recordaba a esos que aparecían en las pelis de nazis y que soltaban para pillar a los que se fugaban de los campos de prisioneros. Strider era joven y muy agresivo. Rey era viejo y muy tranquilote.

Strider me la juró desde el primer momento. Venía ladrando y jadeando, se arrimaba en plan amenzador y menos mal que siempre alguien me lo quitaba un poco de en medio para que pudiera pasar. El caso es que un día, al levantarme decido darme un bañito reparador en la piscina. Mi mujer seguía durmiendo y no había nadie más en la casa. Tras el chapuzón me dispongo a volver a la casa y ahí está... con ese "grrrrrrrgrrrrrrrgrrrrrr"... plantado en la única salida de la valla de la piscina. Me acerco como si nada para intentar que no huela mi miedo (eso dice la peña, pero creo que huelen otra cosa los muy perros) y al dar un paso se pone a ladrar como un poseso. Si se pudiera traducir creo que hubiera oído algo así como "quédate ahí quieto y meate encima, porque como te acerques un paso más te despedazo pringado". Así que, claro, me quedé quieto.

Él seguía con su "grrrrrrr grrrrrr grrrrrr" para que no se me olvidara quien mandaba allí. Tras dos minutos en los que creo que ni parpadeé volví a lanzar un paso y otra vez. "¿No te he dicho que te quedes quieto? ¿Quieres que me lance sobre ti y te demuestre lo que puede hacer un perro fuerte y joven a un tipo como tú?" Yo me acordaba de Cujo, el perro rabioso de Stephen King. Yo volvía a quedarme inmóvil. Estaba completamente cagado. No sabía cómo podría salir de allí... los minutos parecían años... Pensaba que en cualquier momento Strider entraría en la piscina y vendría a por mí... por alguna extraña razón... y me atacaría...

Y entonces vino Rey. Se plantó al lado de Strider y le gruñó. Entró en la piscina y se quedó un rato a mi lado. Entonces empezó a caminar hacia la puerta y se volvió para que le siguiera. Yo le seguí. Strider hizo un amago de ladrar pero Rey le hizo callar y apartarse con un simple empujón cuando llegó a la entrada. Yo salí corriendo a refugiarme en la casa. Rey me salvó la vida. Y yo, como Chewie, le juré fidelidad eterna. Hasta le acariciaba y le hablaba cariñosamente.

Supongo que el bueno de Rey sigue envejeciendo a miles de kilómetros, bajo el sol de Arizona. El único perro por el que siento debilidad.

P.D. Consumé mi venganza una tarde que Rey estaba a mi lado y tenía la metralleta de agua del primo de Raquel (una de esas que echan un chorro que hace hasta daño) bien cargadita. Jódete Strider loco.

2 Bites:

Blogger Pow dijo...

¡Qué alarde de valentía! Un tiarrón como tú asustándose de un pobre perro...
Aunque claro, los miedos siempre son irracionales.

11:43 a. m.  
Blogger Buttercup dijo...

A mí me dan miedo y asco las palomas desde que me atacó una bandada asesina.

7:39 p. m.  

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