El marido de la peluquera

Andaba ya tiempo detrás de esta película. Sobre todo porque me encanta la canción homónima de Pedro Guerra. Me pone la carne de gallina. Un post de Ed Harris me animó a no esperar ni un fin de semana más. Aparte era mi reencuentro con el cine tras varios meses sin ver una película de principio a fin :-(

Y resulta que la película transcurre como la canción: suave, tierna, simple, sensible. No entristecen en exceso los momentos tristes. No alegran en exceso los momentos divertidos. Obsesión, fantasías, amor, deseo, erotismo, complicidad. Todo ello concentrado en tan solo dos personas que extrañamente se juntan y ya no necesitan nada más. Ni siquiera salir de sus cuatro paredes.

Y más amor, y más deseo, y más erotismo, y más complicidad. Hasta llegar al fin de su historia. Un fin que sorprende, que golpea y te deja sin saber si llorar o sonreir.

Dos elementos le dan a la peli una personalidad marcada: unos planos cortos sin palabras, en los que las miradas, las expresiones de ellos, lo narran todo; y una música fenomenalmente bien cuidada (especialmente acertada tras pedirle a ella que se case con él).

Adorable Mathilde, tanto en sus movimientos sensuales (con ella yo iría a cortarme el pelo cada semana, lo juro) como, sobre todo, en sus miradas de amor desbordante. Uno desearía que una mujer le mirara así toda la vida. Y tremendo también Antoine. Con sus bailes absurdos, su determinación por la peluquera, su manera de amarla, su manera de esperarla.

Quizá lo peor ciertos momentos demasiado absurdos, aunque quizá sean parte de su encanto. Como mejor momento el abrazo de Mathilde susurrando las palabras que dan estribillo a la canción:

Abrázame Antoine, abrázame tan fuerte que no pueda respirar...tengo miedo de que llegue el día que ya no quieras bailar conmigo.

Absténganse los que vayan buscando ritmos trepidantes, acción, intriga o amor pasteloso.